Si mi memoria no me engaña, creo que no es la ocasión en que escribo sobre esto. Si así fuera, pido disculpas por “repetirme como los pimientos”. Semana Santa es una buena ocasión para el recogimiento, sobre todo en el caso de los creyentes, pero también oportunidad de oro para salir más allá de nuestras fronteras y contrastar nuestro acervo cultural con el ajeno.
Quienes defendemos a capa y espada nuestra cultura propia hemos tenido que escuchar con demasiada frecuencia que el nacionalismo se cura viajando. De entrada, la machada es, como mínimo, improcedente. Y ello es así porque se nos identifica con una opción política que no siempre se corresponde con aquella que defendemos. De hecho, con la sola mención de nuestro afecto hacia la “lingua navarrorum” o con el mero comentario “mi País” -esto es, cuando no nos estamos refiriendo a España o a Francia-, frecuentemente se nos tilda de excluyentes, insolidarios, inventores de mitos y revisitaciones falsas de nuestra historia…; cuando no de nazis, amigos de terroristas, etcétera.
Obsérvese que hablamos de cultura. Ni siquiera he hecho una mención expresa a la política, asunto del que, siempre que pueda -y creo que puedo- evitaré hablar en este foto de Martin Ttipia Kultur Elkartea.
Porque es cultura lo que vemos cada vez que salimos de nuestro entorno más próximo. Mi periplo comenzó hace cinco días en Castilla, prosiguió después en Extremadura y concluye hoy en Castilla, antes de regresar a Navarra y dar por cerrado estas pequeñas vacaciones culturales. Mi viaje no tiene nada que ver con el turismo, pues, estrictamente hablando, estoy trabajando para que quienes me acompañen, ellos sí, hagan turismo.
En la medida en que el tiempo y la debida atención a mis clientes me lo permiten, callejeo por Cascos Históricos, asisto a determinadas expresiones de fervor popular y religioso, contemplo las señas de identidad de un País (sea a través de banderas colgadas en los balcones, mediante la sola escucha del acento propio de las gentes de estas comarcas castellanas y extremeñas o a partir de las propuestas culturales, etnográficas, lingüísticas… que durante estos días especiales se anuncian en foros públicos como bibliotecas, archivos histórico-provinciales y demás). Todo me huele a España… y así debe ser, porque estoy en España. Lo contrario sería ridículo y, si me lo permiten, hasta repugnante.
Como indiqué líneas arriba, atravieso una plaza llena de banderas españolas; me cruzo en una intersección con un agente de la Guardia Civil que me sonríe, entre guasón y cachondo -sí, hay números de la Benemérita a los que no me importaría invitar a un café o similares-; me desayuno cada día con cabeceras periodísticas que nos resultan ajenas en nuestro País, pero que en España son las propias; me cruzo con algunas señoras elegantemente vestidas de mantilla y peineta… todo me huele a España, insisto.
¿Y acaso no es un placer? La globalización lleva ya unos años arrastrándonos a un universo que se repite hasta la extenuación, sea cual sea el lugar en el que estemos. Las señas de identidad de cada pueblo van perdiéndose poco a poco, casi de modo inexorable, y sólo los fieles guardianes de la cultura autóctona en cada lugar del mundo se afanan porque esa fuerza de arrastre no termine por convertir cada región o cada país en un clon de los demás. No seré yo quien clame contra Media Markt, Mc Donalds u otras empresas franquiciadas que pululan doquiera que uno vaya. Pero, en ocasiones, se echan de menos signos exteriores que irremisiblemente nos remiten a maneras de ser propias de cada cultura autóctona.
Por otro lado, huelga decir que igualmente placentero resulta regresar de España a la Madre Patria para corroborar que, más allá de la globalización a la que hice mención, puedo observar y disfrutar que estoy, de nuevo en casa. Así será mañana, cuando vuelva a pasar por mis calles y escuche de nuevo hablar mi querida “lingua navarrorum”; u observe las ikurriñas o banderas de Navarra colgando de los mástiles de nuestras instituciones; o vuelva a viajar por comarcas rurales y disfrutar de la arquitectura propia de mi tierra. Ni mejor ni peor, simplemente, mi universo propio es distinto. Y que siga así por mucho tiempo. Amén.
-Hermano Templario-
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