Durante tres siglos, Castilla promovió campañas de hostigamiento hacia Navarra desde la línea de villas fortificadas que dieron lugar a luchas fratricidas que, mantenidas a lo largo de tanto tiempo, inevitablemente deberían dejar huellas y marcas profundas en las poblaciones. Y, efectivamente surgió una conciencia de partición, de fractura radical, de ser “de otra tierra”, de “ser enemigos” … A esta nueva conciencia se añadió el olvido -inducido por el dominante- de la causa de la partición, lo que conllevó la aceptación por parte del dominado de las señas de identidad instigadas por aquél. Tras la invasión y la división territorial, esta artera y sibilina política de Estado (Castilla, España) ha buscado la creación de nuevas identidades a partir de una situación homogénea con el objeto de conseguir el debilitamiento del sujeto histórico y político. Nueva identidad, nueva ideología, nueva realidad. Y de estos mimbres se valió Castilla para que guipuzcoanos, alaveses y vizcaínos tomaran parte en la conquista de la Navarra independiente (1512 ). Y, de la misma manera, posteriormente España hizo lo propio para que requetés navarros y alaveses conquistaran Gipuzkoa y Bizkaia en 1936-1937.
Los sucesos de 1200 y sus consecuencias tienen implicaciones importantísimas en la situación política actual de nuestro pueblo. Son la causa y origen de la división política y mental de la Euskal Herria que hoy conocemos y que se plasma en los centros de decisión -sea en la administración, en las leyes, en la aplicación de la política lingüística, en la organización del territorio, en los símbolos… pero sobre todo en la identidad-. Y así, los parámetros que el dominante aplica a la ciudadanía de Euskal Herria es la de las dicotomías entre vascos y navarros, vascos nacionalistas y no nacionalistas, navarros y franceses, navarros y vascos…
Que los habitantes de Vitoria, Treviño y Portilla no se rindieran y resistieran a los invasores castellanos es una demostración de heroísmo; una prueba evidente y manifiesta de lealtad hacia el Reino de Navarra que, sin embargo, se olvida sistemáticamente porque no deja de ser una verdad incómoda, ya que, por una parte, recuerda el gran esfuerzo de sus pobladores para seguir siendo navarros y, por otra, evidencia que no hubo voluntaria entrega y sí una conquista a sangre y fuego.
Recordando a Martin Ttipia y a los vitorianos, treviñeses y portillanos de 1200 que resistieron el embate castellano defendiendo su navarridad, queremos evocar también la unidad del sujeto político de nuestro pueblo, unidad esencial a mantener ante los desafíos inminentes que deberemos arrostrar para la consecución de la recuperación del Estado de Navarra y de nuestra libertad como pueblo.
-Jesús Viñaspre-
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