Durante tres siglos, Castilla promovió campañas de hostigamiento hacia Navarra desde la línea de villas fortificadas que dieron lugar a luchas fratricidas que, mantenidas a lo largo de tanto tiempo, inevitablemente deberían dejar huellas y marcas profundas en las poblaciones. Y, efectivamente surgió una conciencia de partición, de fractura radical, de ser “de otra tierra”, de “ser enemigos” … A esta nueva conciencia se añadió el olvido -inducido por el dominante- de la causa de la partición, lo que conllevó la aceptación por parte del dominado de las señas de identidad instigadas por aquél. Tras la invasión y la división territorial, esta artera y sibilina política de Estado (Castilla, España) ha buscado la creación de nuevas identidades a partir de una situación homogénea con el objeto de conseguir el debilitamiento del sujeto histórico y político. Nueva identidad, nueva ideología, nueva realidad. Y de estos mimbres se valió Castilla para que guipuzcoanos, alaveses y vizcaínos tomaran parte en la conquista de la Navarra independiente (1512 ). Y, de la misma manera, posteriormente España hizo lo propio para que requetés navarros y alaveses conquistaran Gipuzkoa y Bizkaia en 1936-1937.