Tod@s aquell@s que, haciendo frente al tópico infame de que “el nacionalismo se cura viajando”, gustamos de conocer los más dispares lugares del mundo, interesándonos por su historia, sus costumbres, su idiosincrasia…, sabemos que uno de los mejores modos de introducirse en el conocimiento de aquellos lugares que visitamos es interesarnos por los personajes y acontecimientos representados en sus estatuas públicas.
Y es que, en todos los lugares del mundo, por encima de lenguas, religiones o sistemas político-económicos, la conciencia colectiva (sea cual sea la forma en que ésta se defina) se manifiesta mediante la exposición pública de aquellos referentes que se consideran como hitos en la formación de la colectividad. Y ello se hace, tanto a efectos de reforzar la conciencia de los propios naturales, como de expresar y reivindicar dicha conciencia ante los visitantes provenientes de otros lugares del mundo.
Así, en Madrid podemos ver la estatua de Felipe IV en el centro de su Plaza Mayor y la de Carlos III en la Puerta del Sol; en Londres la estatua de Nelson en plena Trafalgar Square; o en Lisboa el Monumento a los Descubrimientos. En estos tres casos hablamos de sendos antiguos Imperios que se identifican como tales, con referencia expresa a monarcas o acontecimientos decisivos en la conformación de dichos Imperios, y sin ruborizarse lo más mínimo por la sangre derramada en dichos procesos….
Igualmente, aquellos Estados que han conseguido su independencia o unificación lo primero que hacen es afianzar su identidad mediante la exposición pública y destacada de los referentes nacionales asociados a dichos procesos históricos. Es el caso de estatuas como las de Charles Parnell en la dublinesa O´Connell Street, el Monumento a Vittorio Emmanuelle en la Piazza Venezia de Roma, o el monumento a la Libertad en el acceso a la Ciudad Vieja de Riga, en Letonia. Y no podemos dejar de lado la Estatua de la Libertad en Nueva York, o las estatuas de Lenin que, en su momento, poblaron las ciudades y pueblos de la antigua Unión Soviética…
En todos estos casos hemos hablado de Estados independientes. Pero es que también donde no los hay, pero sí existe una arraigada conciencia de colectividad, nos encontramos con este mismo fenómeno. Es el caso del monumento a Casanovas en Barcelona; o, en Edimburgo, la exposición de las joyas de la monarquía escocesa (“los Honores de Escocia”) en el corazón de su Castillo, el monumento más visitado de la ciudad.
Habrá quien pueda pensar que dar importancia a este tema es anecdótico o “historicista”…. Puede ser; pero entonces ¿por qué tod@s recordamos cómo derribaron la estatua de Sadam Hussein tan pronto como las tropas yankees entraron en Bagdad, o las diversas estatuas de Lenin que fueron derribadas tras la caída de los regímenes soviéticos de Europa del Este? Y de eso hace bien pocos años…
No, no es un asunto baladí. Más bien es un termómetro magnífico de la situación política y social existente en cada lugar y en cada momento.
Y, dicho esto, ¿cuál es la situación en nuestras ciudades y pueblos? Sólo algunos ejemplos: monumento a la independencia de España en la Virgen Blanca de Gasteiz; monumento a D. Diego López de Haro en Bilbo (fundador de la villa por derecho derivado de la traición de su antepasado Iñigo López al rey navarro en favor del rey de Castilla); hotel Maria Cristina y teatro Victoria Eugenia en Donostia; tal vez el único ejemplo que se sale un poco de esta dinámica sea el Monumento a los Fueros en Iruñea…eso sí, erigido por suscripción popular. En los cementerios del norte del Pirineo, por su parte, nunca falta el recuerdo a los caídos por Francia.

Imagen del Monumento a los Fueros del Paseo de Sarasate de Iruñea (Foto: Iruñeako Udala)
En resumen, más allá de referencias muy endebles a los Fueros y poco más, ¿qué hay? Bien poco, en mi opinión. Evidentemente, ésta es sólo una consecuencia, una más, del proceso de colonización del pueblo euskaldún, Euskal Herria, y su Estado, Nabarra, por parte de España y Francia, proceso que empezó mucho tiempo atrás… mucho más atrás, desde luego, de lo que los relatos oficiales (sean constitucionalistas, sean autóctonos) nos cuentan.
No obstante, hay muchos de nuestros pueblos y ciudades que han sido gobernados, durante bastantes años ya, por políticos que se denominan “nacionalistas” o “abertzales”…y ¿cuál ha sido el resultado? Que cada cual observe su entorno próximo, y saque sus propias conclusiones: a buen entendedor, pocas palabras bastan.
Creemos, no obstante, oportuno hacer aportaciones positivas en este sentido. El nombre de nuestra asociación, Martin Ttipia, no deja de ser sino una humilde propuesta en esa dirección… una más de la infinidad que podrían salir a la luz si nos pusiéramos a ello, a investigar y preguntarnos, sin prejuicios ni cainismos, cuáles deben ser nuestros verdaderos referentes propios. He ahí un apasionante campo de trabajo para el futuro.
Habrá tal vez quien pueda pensar que una actuación de este cariz no va más allá del puro intelectualismo, de un romanticismo de tintes decimonónicos, o de la pura nostalgia. Que cada quien piense lo que quiera…
Pero para quien esto escribe, es mucho más sencillo: sólo aquellos pueblos que sean dueños de su propia imagen, que definan su identidad en base a sus propios referentes y no a los que sus dominadores les han hecho asumir como “propios”, podrán verdaderamente ser dueños de su futuro….porque del FUTURO, y no de ninguna otra cosa, es de lo que estamos hablando aquí.
-Iñigo Larramendi-
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