
Walter Benjamin
(Fuente: http://www.m.elcultural.com)
Walter Benjamin, pensador con una capacidad peculiar para saber descubrir en lo obvio las verdades profundas, rompió con el paradigma tradicional de elaboración de sistemas filosóficos de grandes obras (Fenomenología del espíritu de Hegel, El capital de Marx…), y plasmó su creatividad teórica en unos escritos fragmentarios, de modo tal que fue capaz de desarrollar en una tesis de 7-8 líneas toda una reflexión sobre una concepción de la Historia. Asimismo, antepuso la imagen, las metáforas y los mitos al discurso argumentativo que fundamenta y justifica lógicamente una determinada praxis, eligió lo mítico-simbólico a lo lógico-analítico, los pequeños textos y reflexiones a los libros y grandes ensayos.
Pensador materialista comprometido con un proyecto comunista y, al mismo tiempo, intelectual de la teología mística judía, intenta unir dos aspectos tradicionalmente contrapuestos: el materialismo histórico (MH) y la teología. Desde una radicalidad crítica muy profunda, hace un replanteamiento del MH y de la teología, dándoles una interpretación novedosa de tal modo que, como pensador materialista de izquierda, piensa en cómo lograr una sociedad más justa partiendo de la vida material y económica; y, como teólogo, afirma que sólo lo mesiánico es lo que puede permitir salir del cruel automatismo de la vida moderna.
Pero, ciertamente, para muchos esta vinculación MH-teología constituía en sí misma un cierto aspecto de inconmensurabilidad, por lo que les resultó en extremo escandalosa… una auténtica “contradictio in terminis”, un oxímoron: y así lo fue para los materialistas, que rechazaban esta asociación por cuanto suponía equiparar el MH con el opio del pueblo que es la religión; y ni que decir tiene que para los religiosos era sacrílego vincular la teología con los ateos que reniegan de Dios. Evidentemente, esta interpretación novedosa que Benjamin hizo del MH le llevó a una concepción original de la Historia y del sujeto histórico, muy diferenciada de la del marxismo ortodoxo, lo que constituyó causa principal del posterior enfrentamiento que tuvo con los marxistas tradicionales.
Benjamin necesita recuperar un molde que la Modernidad eliminó: el ámbito de lo religioso. La teología, ciencia que tiene como objeto de estudio a Dios, lo sagrado o lo divino, tiene que ver con la praxis de fe en la que intervienen fieles que asisten al culto, que asimismo tienen una instrucción (catequesis), desarrollan ritos (Ramadán, circuncisión, bautismo), narrativas que fundamentan y justifican su fe (Biblia, Korán, Upanishad) y también instituciones que conforman lo fenomenológico, lo que aparece (1º momento). Pero la reflexión que se hace sobre esta praxis de fe (2º momento), es decir, la reflexión que fundamenta y justifica argumentativa y racionalmente esa práctica de fe, es a lo que se le llama teología. Benjamin partirá de esta acepción de la teología.

(Fuente: http://www.elconfidencial.com)
A lo largo de la Historia y hasta la llegada de la Modernidad, la explicación de la realidad del mundo se basaba en Dios (paradigma teocéntrico); es decir, se estima que Dios es el centro del universo y lo rige todo. El teocentrismo abarca todo lo que existe, sea la génesis del mundo y de la humanidad, sea la situación de injusticia en el mundo (el pecado), sea la esperanza en un mundo mejor (una nueva tierra prometida)…. todo aquello que sucede en el mundo, incluyendo las acciones de los seres humanos, aun incluso la razón científica, es explicado por la voluntad divina y mística.
A partir del siglo XV, la mayoría de las corrientes del pensamiento dejaron de reconocer a Dios como la única causa de todo lo que sucede en el universo, ocupando su lugar el ser humano (antropocentrismo), quien por medio de la razón y de la ciencia desarrollará un progreso infinito que le permitirá un permanente y constante estado de felicidad. Dios ya no cabe en este paradigma.
En el XVIII, siglo de la Ilustración, se intentaron disipar las tinieblas de la ignorancia de la humanidad mediante las luces del conocimiento y la razón, y asentar la fe en el progreso. Pero, a mediados de este mismo siglo, surgió el Romanticismo como movimiento contestatario contra ese paradigma ilustrado de la razón. La ciencia puede solucionar determinados problemas y dar cierta felicidad inmediata, pero la razón lógico-analítica no da respuesta a la problemática existencial del ser humano, por cuanto Dios ha quedado fuera de su ámbito. Los románticos llenarán este vacío con el arte y con otros aspectos que la ciencia va a despreciar: las leyendas, los cantos, los cuentos, las expresiones populares.
Pero el arte y el sentimiento por sí mismos no transforman la realidad dada. Benjamin recurrirá a algo también despreciado por los ilustrados y por sus contemporáneos: la religión, por cuanto ella dispone de verdades (mesianismo, redención, concepción distinta de la Historia) que permiten construir una sociedad más justa que la que está proponiendo la razón moderna mediante el MH. El recurso de Benjamin a la reflexión teórica de la religión (teología) le faculta para rescatar aspectos transformadores que la concepción moderna no sólo no puede ver, sino que los ha fetichizado.
Benjamin concentra su pensamiento en la cultura, por cuanto va a ser en ella donde se dirima la formación de las mentalidades que, en última instancia, constituirán el factor clave en el proceso de emancipación y liberación. Para pasar de una sociedad de opresión y dominación a otra más justa se necesita un nuevo tipo de mentalidad, siendo ésta condición de posibilidad fundamental. Por tanto, si no se logra transformar la mentalidad no hay auténtico cambio, sino mera reproducción de lo mismo.
En otras palabras, para transformar la sociedad es condición “sine qua non” que tenga lugar un cambio de mentalidad, que se conseguirá con una comprensión de esa cultura (política, económica, religiosa…) como totalidad. Y este proceso de formación de mentalidad radical, de “concientización”, de metanoia o de conversión se realizará mediante una crítica radical a la cultura vigente. Para Benjamin, todo lo que es considerado herencia cultural (bibliotecas, monumentos, museos…) es el botín de guerra de los opresores.
Ciertamente, en los museos de las capitales europeas se pueden ver piezas de Egipto, Irak,… que han sido robadas en guerras de invasión; asimismo, en sus calles se observan monumentos (arcos de Triunfo, esculturas ecuestres, panteones, memoriales y monumentos de guerra…) que rememoran acontecimientos bélicos o ilustres próceres patrios. Y, en tanto para unos estos monumentos constituyen un testimonio de barbarie, en cambio para otros lo es de honra y orgullo. De ahí la importancia del locus enuntiationis o hermenéutico; así, donde unos ven sólo muerte, otros ven gloria y gozo. Hermann Cohen, coetáneo de Benjamin, apuntaba a este respecto la importancia de saberse situar a la hora de hacer una crítica adecuada, añadiendo que el método consiste en situarse en el lugar del pobre y desde ahí hacer un diagnóstico de la patología del Estado. Ese es el método, hay que situarse, no en el centro de las capitales europeas, no en las calles centrales que les muestran a los turistas, sino en la periferia, en algún barrio de miseria, en la negatividad.
Consecuentemente a esta identificación de la cultura hegemónica con el botín de guerra de los opresores, Benjamin preferirá estudiar lo pequeño porque no es obra de arte, lo cotidiano y popular porque es lo que la élite desprecia; en fin, los deshechos y mercancías olvidadas porque, como el común de las gentes sencillas, están fuera de la historia, no aparecen en los grandes acontecimientos, ni en las ferias internacionales, ni siquiera en los libros de texto. Benjamin demuestra especial querencia y apego por todas estas expresiones culturales que se encuentran fuera de la cultura hegemónica heredada de los opresores, y en particular por las víctimas de la Historia, por cuanto considera que se hallan en el lugar crítico de la enunciación, en el emplazamiento idóneo para transformar y crear mentalidades críticas. En esas cosas pequeñas, poco importantes, fútiles, intrascendentes y pobres, es donde está el Ángel de la Historia de Benjamin, lo realmente profundo. De ahí la importancia de descubrir la verdad profunda en lo obvio, lo insignificante, lo pueril, lo trivial, lo vacuo. Aquí es donde radica el cambio de mentalidad. En suma, el pensamiento de Benjamin se ocupa de la marginalidad.
La concepción tradicional de la Historia considera que los grandes personajes, reyes, presidentes, gobernadores, generales, magnates… son los protagonistas y creadores, los auténticos sujetos de la Historia, los héroes ya fetichizados y asimilados por la cultura hegemónica vigente. A esta concepción de la Historia le interesa el pasado sólo como algo fijo e inamovible desde el que se juzga y justifica el presente.
Pero en una sociedad donde hay dominadores y dominados, si se acepta esta concepción lineal de la Historia, donde su sujeto es el héroe, se estará justificando en el pasado la dominación del presente, porque los descendientes de los vencedores del pasado son los vencedores del presente. Por tanto, la cultura de los vencedores del pasado es asumida y heredada por los dominadores del presente como botín de guerra. De ahí se concluye la necesidad imperiosa de cambiar la concepción de la Historia si se pretende transformar la cultura. Si no es así, si el individuo se dejara seducir y asimilar por parte de la cultura hegemónica dominante: ciertamente se sentiría más culto, más reivindicado, más aceptado por la sociedad vigente, pero el resultado final sería una mera reproducción de lo mismo, no cambiaría la realidad sistémica.
Para Benjamin, el tiempo es una construcción con profundas implicaciones políticas. No se trata de algo natural, de una sucesión lineal de instantes iguales y vacíos que, conforme avanza en pasos continuados, promete una mejoría automática. No. Es la dinámica engañosa del mito del progreso, que confunde desarrollo tecnológico con desarrollo social. Y no hay que olvidar que, en toda situación de dominación social (rey/siervo, rey/súbdito, dueño de los medios de producción/asalariado), el desarrollo tecnológico no se corresponde con el social.
En las sociedades esclavistas los esclavos tenían derechos que el amo debía cumplir y observar ante Dios y la comunidad; en la actual sociedad capitalista de explotación, los derechos de los trabajadores no sólo se recortan sino que son prescindibles. Fiel paradigma de ello son las recientes declaraciones del presidente brasileño Bolsonaro, quien en su toma de posesión anunció que estudia eliminar la Justicia laboral, ya que los trabajadores tendrían “exceso de derechos” que “molestan a todos”. Por tanto, este mito del progreso crea una confusión interesada, una ideología encubridora con el desarrollo tecnológico que propicia no sólo que la opresión se ejerza de modo más efectivo, sino que también anula en el oprimido la capacidad de imaginar una sociedad distinta. Las expresiones “es lo que hay”, “esto siempre ha sido así”, “todos los políticos son iguales”…referidas a los distintos aspectos de la sociedad actual (corrupción, fraude, injusticia social, etc) son fiel reflejo de esta patética situación que aboca a creer que no hay motivos por los qué luchar y limita la capacidad de imaginar una sociedad distinta a la que conduce el mito del progreso que promete una mejoría automática.
Pues bien, para Benjamin el tiempo no es continuo ni algo natural, sino un constructo con efectos políticos profundos. La injusticia social tampoco lo es porque, si aumenta cada vez más, es señal de que es modificable y, por tanto, susceptible de cambio en otra dirección. De ahí que Benjamin proponga otra concepción del tiempo que haría posible la mejora social: el Ángel de la Historia. El Angelus Novus de Klee es el espíritu del tiempo para Benjamin. No se trata del tiempo homogéneo, de Cronos, de lo dado, de lo mismo, sino del tiempo-ahora, del Jetztzeit, del Kairós (concepto de la filosofía griega que representa un lapso indeterminado en que algo importante sucede), del momento adecuado u oportuno que en la teología cristiana se asocia con el “tiempo de Dios” o “tiempo de gracia”. El Jetztzeit es el momento propicio para realizar una acción, el instante fugaz en el que aparece una abertura que hay que atravesar necesariamente para alcanzar el objetivo propuesto, el momento-lugar único e irrepetible que nos sobrevuela, que no es presente sino siempre está por llegar y siempre ya ha pasado.
En definitiva, se trata del tiempo de nuestros momentos trascendentes, de los hechos que marcan fuerte el camino personal de cada uno de nosotros, eso que algunos denominan destino, y que en determinados momentos nos hizo tomar decisiones importantes. Pues bien, este tiempo de gracia o de Dios (entendido como la fuerza mesiánica transformadora que existe en cada uno de nosotros) en la Historia, es el tiempo propicio para que irrumpa esa fuerza y transforme la realidad en algo otro.
El espíritu de ese otro tiempo es el Ángelus Novus que lucha por volver al pasado, no ya para justificar el presente sino para hacer justicia a ese pasado; el ángel pugnará por realizar un cambio radical, “reconstruir lo destruido y revivir a los muertos”, texto simbólico que Benjamin utiliza para expresar la necesidad de hacerle justicia al pasado. Pero hay una fuerza que le impide realizar el tránsito: es el progreso que no quiere que se le haga justicia al pasado ni que se le transforme. Para Benjamin el pasado no está allí, está aquí ahora, y el futuro también está aquí presente. El ángel lucha por volver atrás en el tiempo para realizar un cambio radical que sería el fundamento, el basamento de la verdadera transformación. Benjamin insiste machaconamente, hasta la extenuación, que el verdadero cambio, la auténtica y genuina transformación solamente puede venir del pasado. Este pasado no está en el pasado, está aquí en el presente asaltándonos cotidianamente por lo que hay que estar atentos con una mentalidad crítica al momento propicio de irrupción que penetra en los sujetos.

Angelus Novus de Paul Klee (Fuente: http://www.iliada-ulises.blogspot.com)
Pero ¿quiénes son esos sujetos? El MH dirá que el sujeto histórico es el proletariado porque es el motor que va a transformar la realidad que, tras la dictadura del proletariado, llevará a la consecución del comunismo. Para Benjamin, el cambio verdadero necesita una manera particular de hacer Historia que llama MH, pero no será el tradicional, sino el MH benjaminiano. En lugar de narrar la Historia como los historicistas tradicionales, Benjamin propone intervenir el presente con una imagen que reta e interrumpe mentalidades. Esta imagen interruptora es siempre una imagen del pasado que da un nuevo significado en el presente. El cambio verdadero proviene de algo ya existente, y que sirve para construir una sociedad más justa; no hay necesidad de inventar nuevas cosas, puesto que revisando críticamente nuestra Historia y valorando honestamente nuestras luchas, por pequeñas e insignificantes que sean, encontraremos en ellas la simiente y levadura que propiciará una verdadera transformación de la masa. Por tanto, aquí están, estos son los sujetos de la Historia, los que bregan en las diversas y múltiples formas de lucha por muy pequeñas que sean.
El pensamiento de Benjamin es un pensamiento de esperanza, pero no de una esperanza de futuro sino de una esperanza del aquí y ahora. Es la esperanza de que lo que ya se realizó, o se está realizando, se convierta en una totalidad que redunde en beneficio del mayor número de personas posible. Una esperanza del presente.
-Jesús Pérez de Viñaspre Txurruka-
Tagged: Angelus Novus, Ángel de la Historia, Historia, marxismo, materialismo histórico, Paul Klee, teología, Walter Benjamin
Utzi erantzun bat