
El Sol Naciente, presente en el nombre y la bandera de Japón
(Iturria: http://www.raicesdeeuropa.com)
3.3- Asia
Si, como hemos visto, el caso más habitual en América, África y Oceanía es el de una clara dicotomía entre los Estados existentes y las naciones originarias (por denominarlas de alguna manera) en ellos contenidos, en Asia y Europa existe una mayor correlación entre naciones y Estados, en el sentido en que aquí usamos estos dos términos (recordemos que, en América, es muy habitual llamar “Nación” a lo que aquí llamamos “Estado”, y “Estado” a sus subdivisiones territoriales, que aquí llamaríamos provincias, departamentos, regiones….). No obstante, como también veremos, dicha correlación dista mucho de ser exacta, o de responder a un patrón uniforme…
Trasladándonos al inmenso continente asiático, tenemos un caso parecido al de Marruecos, pero a la inversa, con Japón. El nombre Japón es de origen chino, y significa “el origen del Sol”; de ahí aquello de “el país del Sol naciente”. Y es una traducción al chino del nativo Nippon o Nihon, registrado desde el siglo VII d.C. En este caso, por lo tanto, no sólo los nativos no han asimilado la denominación extranjera, sino que la principal potencia de su entorno -China- se limitó a traducirla, y de ahí pasó al resto del mundo. El carácter insular de Japón y su marcado orgullo nacional, derivado de una agitada y belicosa Historia, seguramente tienen mucho que ver en ello. Por cierto, la única etnia no japonesa del archipiélago, los ainu, se denominan a sí mismos con esta misma denominación, que significa “humano”….
En cuanto al gran gigante asiático, China, la denominación que usamos en Europa nos llegó a través de la India y Persia. Se cree que se deriva de la dinastía Qin (221-206 a. C.), que fue la que llevó a cabo la centralización del Imperio Chino, hasta entonces compuesto de un conglomerado de pueblos independientes. Por su parte, la denominación que los nativos utilizan actualmente se transcribe como Zhongguó, y se traduce como “Estado o nación del Centro”. Este concepto se desarrolló en el contexto de las luchas contra las poblaciones nómadas provenientes de Siberia y Asia Central, que justificaron, por ejemplo, la construcción de la Muralla China.

China, el “Imperio del Centro”
(Iturria: http://www.diariodecultura.com.ar)
Los chinos de la mayoritaria etnia han (hay otras 55 etnias reconocidas, y varias más no reconocidas), por lo tanto, no sólo no han asimilado denominaciones extranjeras, sino que se posicionan como el Centro del Mundo; o, al menos, de “su” mundo. Algo que, como hemos visto, se repite en otros casos. Igualmente, como hemos visto, son muchos los pueblos cuya denominación autóctona significa “persona, ser humano, personas”, en general, en su lengua nativa. Estos dos criterios son ejemplos claros de autodefinición, de autoimagen.
Para cerrar el capítulo dedicado a Asia (aunque nos podríamos alargar muchísimo más), mencionaremos un caso especialmente interesante, como es el de Corea. Esta denominación, que es la que utilizamos en Occidente, tiene su origen en la dinastía Goryeo, que gobernó la mayor parte de la península de Corea entre los siglos X y XIV. Fue éste el periodo de mayor auge de la Ruta de la Seda, a través de la cual esta denominación llegó a Occidente.
Uno de las peculiaridades de la península de Corea es su gran homogeneidad étnica y lingüística, que contrasta con su división política en las últimas décadas. Como resultado de ésta, la República de Corea (del Sur) se denomina Daehan Minguk y a la península la denomina Hanguk -Han es la raíz alusiva a Corea-, mientras que la República Popular de Corea (del Norte) se denomina Joseon Minjujuei…, donde Joseon (o Choson) alude a Corea. Han proviene de la denominación étnica de los coreanos, mientras que Joseon o Choson era el nombre de la dinastía que gobernó el país entre 1392 y 1910, así como el nombre del legendario primer reino coreano, fundado en el 2.333 a.C. ¿Les suena esta dicotomía? ¿ Y que creen que sucedería si la división se prolongara durante siglos?

La Corea dividida (Iturria: http://bioconce37sur.blogspot.com.es/)
3.4- Europa: introducción
Como hemos visto, en África, América y Oceanía el colonialismo europeo ha condicionado totalmente la organización política y las concepciones identitarias: los Estados tienen poco que ver con las naciones originarias. Esto ha redundado en que éstas mantengan una entidad diferenciada; pero el creciente poder del Estado y la situación de minorización de dichas naciones hace mella en la solidez de su conciencia propia, de su autoimagen, lo cual se refleja en la progresiva asunción de denominaciones y concepciones de origen extranjero. En definitiva, en la progresiva disolución de su identidad.
En los grandes países del Lejano Oriente, la influencia occidental fue mucho menor, y han seguido su propia evolución histórica: el importante grado de desarrollo político, así como el factor demográfico, fueron sin duda factores claves en ello. Como consecuencia, los Estados resultantes tienen una clara conexión con los pueblos que los originaron (sea por tener una importante homogeneidad étnica, sea porque una de esas etnias tiene un predominio manifiesto, como en China), mantienen denominaciones propias, y dichas denominaciones incluyen aspectos positivos, que indican autoestima. Mantienen, pues, una imagen propia, una autoimagen. Por razones de espacio, no analizaremos el Centro y Sur-Sureste de Asia, donde la influencia occidental es bastante mayor.
¿Y que pasa con nuestro continente, ése que extendió sus conceptos políticos por el resto del mundo, y en el que nosotros/as nos encontramos?

John Locke (1632-1704). Pensador inglés, considerado el padre del Liberalismo clásico. Inspirador de la Revolución Americana, desarrolla en su “Segundo tratado sobre el Gobierno Civil” la relación entre la sociedad civil y el Estado
(Iturria: http://www.taringa.net)
Un factor fundamental a tener en cuenta es que, al contrario que en el caso del primer grupo de continentes antes analizado, la implantación de las estructuras políticas actualmente existentes ha sido mucho más gradual y prolongada en el tiempo, y, en su mayoría, ha respondido a dinámicas internas del propio continente. Así, si en América y África casi todos los Estados nacen en los siglos XIX y XX, en Europa esa dinámica se inicia en la Edad Moderna y, en realidad, se prolonga hasta nuestros días.
Como consecuencia, nos encontramos con una compleja variedad de situaciones. Para entender éstas, hay que recordar que hay dos formas básicas de definir a una colectividad:
– un criterio subjetivo (“de abajo hacia arriba”), según el cual es la interacción de aquellas personas que comparten una identidad, en base a ciertos elementos objetivos, lo que constituye dicha colectividad. P.ej. El pueblo gitano no tiene instituciones centralizadas, ni sus miembros se asocian a un territorio concreto, pero no por eso dejan de constituir una colectividad definida, en base a su propia cultura y a su conciencia de grupo.
– un criterio objetivo (“de arriba hacia abajo”), según el cual es una estructura institucional, por lo general ligada a un territorio, la que define a esa colectividad. P.ej. Suiza es una estructura política que agrupa diferentes realidades lingüísticas y culturales que conviven de manera bastante armoniosa, con el único lazo de la realidad institucional que los agrupa (no está de más resaltar que el “peculiar” sistema financiero del país alpino ayuda bastante a esa convivencia…).
No es que un criterio sea mejor que el otro. Simplemente que ambos son una realidad en el presente y en el pasado, que interactúan inevitablemente entre sí (unas veces de manera armoniosa, otras de manera conflictiva), y que la relación dialéctica entre ambos permite entender buena parte de nuestra realidad política.
3.5- Europa Occidental
Empezando por Europa Occidental, vemos que está dominada por los Estados-nación por excelencia: unos, nacidos a partir de monarquías medievales marcadamente autoritarias (España, Francia, Reino Unido; Rusia podría incluirse también en este grupo); otros, a partir de la unificación de Estados más pequeños de origen medieval ligados por una cierta unidad cultural (Italia, Alemania). El resto de países, en su mayoría, o bien se independizaron de dichos Estados-nación o sus monarquías predecesoras (Portugal, Irlanda, Holanda, Bélgica), o bien tienen un sustrato étnico pero han asumido notablemente los conceptos provenientes de los grandes Estados-nación (países escandinavos).

Ernest Renan (1823-1892). Francés, principal teórico del concepto de “nación” propio de los Estados-nación de Europa Occidental
(Iturria: Wikipedia)
En todos estos casos, sea por iniciativa propia o por mimetismo, domina claramente la aplicación de criterios objetivos: se supone que los nacionales (aunque, más estrictamente, habría que hablar de ciudadanos) constituyen una unidad esencialmente homogénea, y lo que les define, ante todo, es su relación con el Estado. El Estado define a sus ciudadanos, y no al revés: así, “español” es quien nace en el territorio del Estado español, o quien recibe la ciudadanía de las autoridades del Estado español. Hay que apuntar, no obstante, que las denominaciones de algunos países y territorios siguen manteniendo el recuerdo -aunque ya de manera “fosilizada”- de un tiempo en que era la población la que definía al Estado/territorio y no al revés (criterio subjetivo): Scot-land (“la tierra de los escoceses”), Deutsch-land (Alemania, la “tierra de los teutones”), Eng-land (Inglaterra, la “tierra de los anglos”)….
Si en los Estados más pequeños y/o homogéneos (Irlanda, Portugal, Holanda, países nórdicos) este criterio objetivo no supone -en general- un gran problema, en los países más grandes y/ó heterogéneos (España, Francia, Reino Unido, Bélgica) es un problema de primer orden, pues es pretender la cuadratura del círculo. Como ya se ha apuntado, Suiza sería la excepción, pues su conformación histórica en forma confederal la hace muy diferente a los Estados centralizados, pese a su heterogeneidad.
En cuanto a las denominaciones utilizadas, en estos casos no se produce una dualidad tan clara entre la denominación interna y externa de dichos Estados. La clave es que dichos Estados no han sido impuestos a partir de iniciativas externas a los mismos, como en África o América; en Europa, lo que se impone es el no poder disponer de Estado. Es más, son, precisamente, estos Estados los que han implantado sus modelos políticos en el resto del mundo. Por lo tanto, no tienen duda de que son dueños de su propia imagen.
Sin embargo, en algunos de los pueblos europeos que están bajo el dominio de estos Estados-nación vemos que sí se reproduce la dualidad denominación propia/denominación ajena que hemos visto en otros continentes. Así, los lapones que viven repartidos por Noruega, Suecia, Finlandia y Rusia se llaman a sí mismo samis. El término lapp(ón) es una palabra sueca que se refiere a la ropa de los mendigos, y, por extensión, a alguien tonto o ignorante; es, pues, claramente despectivo. Es lógico, por tanto, que la recuperación del término propio sami -de significado incierto- forme parte de la recuperación de la identidad de este pueblo.
3.6- Europa del Este
Si nos desplazamos hacia esa amplia área que agrupamos bajo la indeterminada etiqueta de Europa del Este, apreciaremos notables diferencias, a pesar de compartir continente con los Estados de Europa Occidental.
Un factor explicativo puede ser que, en su mayor parte, los Estados existentes son de creación mucho más reciente, y se derivan, en general, de la descomposición total o parcial de Imperios multinacionales preexistentes (Austro-Hungaro, Alemán, Otomano, Ruso/Soviético; antes, Polonia o Hungria) que no llegaron a consolidar una acción homogeneizadora tan fuerte como los Estados-nación de Europa Occidental. Así, si en Europa Occidental predomina el Estado-nación en el cual el Estado pretende implantar una nación unificada allí donde no la hay, en Europa del Este predomina el movimiento en sentido inverso: las naciones se han ido configurando como Estados.

Cambios en el mapa de Europa tras la I Guerra Mundial
(It.: http://debates.coches.net)
A consecuencia de este contexto, en estos países los criterios objetivos y subjetivos a la hora de definir las colectividades suelen coexistir. Un ejemplo: en la ciudad de Riga, capital de Letonia, la mayoría de la población es etnicamente rusa, aunque hayan nacido en Letonia y en su pasaporte tengan (no todos) la ciudadanía letona. Ni los rusos dudan de su rusicidad, ni los letones la ponen en duda.
En muchísimas zonas de estos países es habitual conocer con exactitud la distribución por nacionalidades de la población local: por ejemplo, en Vilnius un 40% de la población no es lituana (polacos, rusos…) mientras que en Kaunas los lituanos son el 93%; en varias zonas de Transilvania (Rumanía) o Voivodina (Serbia), la mayoría de la población es étnicamente húngara; y la situación era aún más compleja antes de la II Guerra Mundial, con la presencia de importantes minorías de alemanes y judíos. Hay que recalcar que no estamos hablando de inmigrantes, sino, en su mayoría, de poblaciones que llevan siglos establecidos en el lugar y que, en muchos casos, ni han nacido ni han llegado a pisar el suelo de aquellos Estados que han asumido la denominación de su nacionalidad.

Bandera del País Székely, población de lengua húngara que es mayoritaria en el este de Transilvania (Rumanía)
(It.: http://www.magyartudat.com)
Todos estos ejemplos serían impensables en Europa Occidental. Es normal escuchar qué % de la población de Odessa es rusa y qué % es ucraniana; o qué % de la población de Macedonia es albanesa y qué % macedonio…. pero, ¿y si preguntásemos qué % de la población de Bilbao es española y qué % es vasca? Evidentemente, la pregunta nos suena de manera muy diferente. ¿Por qué?
Probablemente, la primera respuesta que obtendríamos sería que, en Bilbao (o en cualquier otra ciudad), hay una mayor cohesión social y, por lo tanto, se han superado este tipo de divisiones. A continuación, se nos mencionaría el ejemplo de la antigua Yugoslavia, cómo no.
Puede ser… De hecho, probablemente, la gran mayoría de población se calificaría como “vasca” sin complejos, cosa que no pasaría en los ejemplos antes mencionados. Ahora bien, si analizáramos la realidad lingüística, los referentes históricos, los medios de comunicación de referencia, los referentes económicos….¿serían éstos, en su mayoría, vascos o españoles? Creo que la respuesta es bastante evidente. Sería, en cambio, imposible de entender para un estonio que alguien que ni habla estonio ni le interesa, que sólo ve televisiones rusas, que desconoce la historia de Estonia… se calificase como “estonio”.

Protestas en Tallinn por la detención de un activista ruso
(It.: http://news.err.ee)
¿Tenemos, por tanto, una mayor cohesión social, o,simplemente, un vaciamiento de la identidad y su sustitución por una concepción a la medida del Estado-nación dominante? Porque, seguramente, la mayoría de esos “vascos” dirían que lo son, simplemente, por haber nacido o vivido en el lugar (concepción objetiva). A reflexionar….
Para terminar este apartado, en estos países vuelve a ser frecuente la diferencia entre la forma en que los pueblos ó Estados se autodenominan, y la forma en que los denominan los demás pueblos y Estados. Así, a Finlandia los finlandeses la llaman Suomi, a Grecia los griegos la llaman Hellás o Elláda, a Albania los albaneses la llaman Shqiperia, a Georgia los georgianos la llaman Kartveli, a Armenia los armenios la llaman Hayastan, y a Hungría los húngaros la llaman Magyarország.
Por lo general, esa denominación no nativa tiene su origen en alguna potencia cercana con la que ha tenido relación, o bajo la que ha estado sometido, ese pueblo a lo largo de la Historia, y de aquella ha pasado al resto del mundo. Así, la raíz Finn es sueca (Finlandia estuvo durante casi 700 años bajo dominio sueco) y significa “cazador, nómada”, frente al carácter sedentario de los “civilizados” germánicos, mientras que Suomi parece derivar de “tierra, país” o “pantano”. La palabra Grecia es romana, y su etimología no está clara. Albania puede ser una palabra latina que deriva de “albus”=”blanco”, por la nieve de sus montañas, aunque también podría tener origen griego; Shqiperia, por su parte, significa “tierra de las aguilas”, derivada del emblema usado en la resistencia contra los turcos. Georgia tiene origen persa, al igual que Armenia. Por último, Hungría tiene origen turco, significa “Diez tribus” y fue adoptado por los pueblos eslavos al asimilar a turcos y magiares como pueblos similares; magyar, por su parte, significa “persona que pertenece a la gente, al pueblo”.

Las águilas de la bandera de Albania, “el país de las águilas”
(It.: http://www.banderas-mundo.es)
Vemos, pues, que lógicas que hemos visto en otras partes del mundo (significado genérico de “gente” en la propia denominación, alusión al nomadismo o primitivismo en la denominación extranjera….) se repiten también aquí. Se trata, pues, de pueblos que han conseguido mantener los principales elementos constitutivos de su identidad, y, por lo tanto, son dueños de su autoimagen y tienen autoestima.
Hasta aquí, bien. Pero….¿y “nosotros”?… ¿Quiénes somos? ¿Cómo nos llamamos? ¿Y por qué?….
– Iñigo Larramendi –
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