- SACANDO ALGUNAS CONCLUSIONES
Obviamente, el objetivo de todo este relato histórico, más allá de haber ilustrado a nuestros/as lectores/as sobre un destacado acontecimiento -esperando que les haya resultado de interés-, es obtener del mismo conclusiones que sean aplicables a nuestro caso particular. Reflexionaremos para ello sobre tres conceptos: Genocidio, Territorialidad y Memoria.
6.1- El concepto de “Genocidio”
En octubre de 1933, el abogado polaco-judio Raphael Lemkin (1900-1959) presentaba en Madrid, en el marco de una conferencia sobre Derecho Penal Internacional auspiciada por la Liga de Naciones (precedente de la actual O.N.U. en el periodo de entreguerras), un estudio sobre el concepto de crímenes contra la humanidad, basandose, precisamente, en el caso del Genocidio armenio.

Raphael Lemkin (Iturria http://www.thetimes.co.uk)
Durante la fase final de la II Guerra Mundial y el Holocausto judio -es conocida la anécdota según la cual Hitler, ante las dudas planteadas por algunos de sus generales al explicarles la Solución Final contra los judios, les espetó: “¿Quién se acuerda hoy de los armenios?”-, Lemkin refinó y desarrolló sus conceptos sobre la cuestión, formulando en su obra de 1944 “Axis rule in occupied Europe” (“El gobierno del Eje en la Europa ocupada”) el concepto de Genocidio, entendiendo por tal “la destrucción de una nación o un grupo étnico”.
Este concepto fue integrado por la ONU en el Derecho Internacional en enero de 1951, mediante la “Convención sobre la Prevención y el Castigo del delito de Genocidio”, pero únicamente contempló los aspectos físicos del mismo. En concreto: el asesinato de miembros del grupo a eliminar; causar serios daños físicos o mentales a miembros del grupo; someter al grupo a unas condiciones de vida calculadas, a fin de conseguir su destrucción física, de forma total o parcial; imponer medidas dirigidas a evitar los nacimientos dentro del grupo; transferir, mediante la fuerza, a niños del grupo dominado al dominante.

Firma de la “Convención contra el Genocidio”, en octubre de 1950
(Iturria: http://www.un.org)
Resulta interesante tomar en consideración que, en palabras del propio Lemkin, “el Genocidio no significa necesariamente la destrucción inmediata de una nación. […] Quiere significar, más bien, un plan coordinado de diferentes acciones dirigidas a la destrucción de los pilares esenciales de la vida de los grupos nacionales, con el objetivo de aniquilar dichos grupos. Los objetivos de ese plan serían la desintegración de las instituciones sociales y políticas, la cultura, la lengua, el sentimiento nacional, la religión, y la existencia económica de los grupos nacionales, así como la destrucción de la seguridad personal, la libertad, la salud, la dignidad, e incluso las vidas de los individuos pertenecientes a dichos grupos […] no por sus circunstancias individuales, sino como miembros del grupo nacional.” Y añade: “El Genocidio tiene dos fases: una, la destrucción del modelo nacional del grupo oprimido; y la otra, la imposición del modelo nacional del opresor. Esta imposición, a su vez, puede ejercerse sobre la población oprimida a la que se permite quedarse, o bien directamente sobre el territorio, tras eliminar a la población y colonizarlo con nacionales del grupo opresor”. Su concepción, pues, es más amplia que la contemplada en la Legislación de la ONU: no olvidemos que ésta última tiene su origen en las Resoluciones del Consejo de Seguridad, controlado por las grandes Potencias….
6.2- Genocidio y pueblo vasco
Personalmente, y al leer la definición de Genocidio, son muchos los ejemplos de nuestra Historia similares a episodios de la Historia del pueblo armenio que me vienen a la cabeza, y que encajan en dicha definición: la conquista por la fuerza de Vasconia y el reino de Navarra por parte de las potencias circundantes; el impulso de entidades políticas subordinadas e identidades de nuevo cuño que profundizan en la división de la identidad; la derogación Foral -o su sustitución por un sucedaneo, como la Ley Paccionada de 1841 en la Alta Navarra- en unos territorios militarmente y socialmente ocupados tras las Guerras Carlistas; la diáspora provocada por las Guerras Carlistas o la represión franquista; la deportación de miles de labortanos a las Landas por parte de la Convención francesa, un episodio que, a menor escala, recuerda al ejemplo armenio; los planes propuestos y parcialmente ejecutados por el cardenal Cisneros en 1515 para “vaciar” Navarra; el uso de la población inmigrante para tratar de minorizar a la cultura local; las innumerables prohibiciones, tácitas o expresas, contra el euskera; y muchos otros ejemplos.

El cardenal Cisneros (1436-1517). Según los padres Moret y Aleson, en 1516 ante el Consejo de Castilla “propuso no solamente desmantelar todas las Villas, y Plazas fuertes de Navarra, sino también dejar todas sus tierras yermas, sin permitir que se labrasen, de suerte que sólo sirviesen para pastos de los ganados”
(Iturria: http://www.artehistoria.com)
Los argumentos que se suelen utilizar en nuestro caso para minusvalorar estos acontecimientos son muy similares a los usados por los turcos para no reconocer el Genocidio Armenio: el contexto bélico, las circunstancias coyunturales -se presentan como acontecimientos inconexos-, o el impulso de ciertos individuos a título particular.
Lo preocupante es que, al contrario que en el caso de los armenios, no aprecio en nuestro pueblo -o, por matizar, entre quienes aún consideramos que aquí existe un pueblo, nación y/o Estado conquistado, cualesquiera que sean los términos concretos en que lo definamos- una conciencia íntima de que tal Genocidio se haya producido.
Seguramente, el hecho de que no se concentre en un periodo muy corto de tiempo, ni haya tomado las dimensiones de exterminio radical e inmediato características del caso armenio o del judío, así como la mayor lejanía en el tiempo, dificultan esa percepción. Por esas ciertas diferencias, tal vez sería más preciso calificarlo como Etnocidio -concepto desarrollado por Robert Jaulin-, que no es sino un tipo de Genocidio.
No obstante, ya hemos visto que la pretensión de eliminar físicamente y en breve plazo a los miembros del grupo no es el elemento sustancial del concepto desarrollado por Lemkin, sino la finalidad de hacer desaparecer el grupo oprimido.
El hecho de que, por más que pueda ser un tema sujeto a debate y controversia, esta perspectiva esté totalmente ausente del debate político y ciudadano -cosa que no sucede en el caso armenio- es ciertamente preocupante, y debería hacernos reflexionar. En todo caso, pone de manifiesto hasta qué punto el proceso de asimilación se encuentra en una fase muy avanzada: seguramente, más de lo que pensamos.
6.3- Armenia y Euskal Herria/Nabarra, un juego de semejanzas y diferencias
¿En qué se parecen y en qué se diferencian Armenia y Euskal Herria/Nabarra? Y, sobre todo: ¿qué podemos aprender del ejemplo armenio?
A buen seguro, no se les habrá escapado a nuestros inteligentes lectores que, a todo lo largo de nuestra narración, subyace la constatación de elementos comunes entre la Historia del pueblo armenio y la Historia del pueblo vasco. En algunos casos, habrán observado, la referencia a que ciertos elementos se repiten en ambos casos, aunque sutil, es expresa.
Así, ambos pueblos -con independencia de su denominación y circunstancias concretas en cada momento histórico- crearon desde muy antiguo organizaciones políticas propias, adoptando, cuando fue necesario, estructuras políticas aceptadas en el ámbito internacional del momento, como es el caso de la monarquía.
También los dos pueblos se vieron sometidos, desde muy temprano, a la presión y a las agresiones por parte de potencias en medio de las cuales se situaba su territorio. La estrategia seguida por dichas potencias se repite: sometimiento por la fuerza de las estructuras políticas independientes, fragmentación y control socio-económico de las mismas, posterior represión de la cultura y el autoestima del pueblo sometido, y paulatina absorción del mismo por el pueblo o Estado dominante, por pura inercia, hasta que la misma existencia histórica del pueblo sometido se olvide.

Iglesia de Aghtamar (Akdamar, en turco), en el lago Van (s. X). Casi destruida en 1915, fue restaurada por el Gobierno turco entre 2005 y 2006. Si bien el Gobierno turco pretendió presentarlo como reconocimiento del pueblo armenio, Armenia denunció que, en realidad, se pretendió “turquificar” el monumento
(Iturria: http://www.anca.org)
Las consecuencias de esto son bien conocidas en ambos casos: fragmentación e inestabilidad territorial y social a lo largo de la Historia, minorización demográfica y cultural, destrucción del patrimonio material e inmaterial (según la UNESCO, de 2.549 edificios religiosos armenios antes de la I Guerra Mundial en el Imperio Otomano, hoy apenas quedan unos 200, y en los pocos que se han restaurado se omite o minimiza cualquier alusión a los armenios), necesidad de aferrarse a la cultura como factor identitario ante la carencia de instrumentos políticos independientes (con la diferencia, en el caso armenio, de que la religión también constituyó un factor identitario específico, y de que la lengua gozó de un desarrollo literario más precoz)…
La argumentación defendida por parte de las potencias dominantes y quienes se identifican con las mismas también es muy similar: la unidad política y cultural estaba casi predestinada; no se puede hablar de independencia histórica del pueblo sometido; la violencia no se ha ejercido o, en todo caso, obedecía a un contexto bélico superior o a elementos circunstanciales e inconexos….
6.4- Un aspecto diferencial: la cuestión de la territorialidad
Una diferencia apreciable con el ejemplo armenio es que, a día de hoy, Armenia tiene un Estado independiente. A la hora de analizar este hecho, debemos tener en cuenta varios factores:
1) fue la crisis de una potencia ocupante, la URSS, la que hizo posible que Armenia recuperase su independencia el 21 de septiembre de 1991.
2) en Armenia, como en buena parte del mundo, se mantiene con naturalidad la diferencia entre la adscripción nacional (en definitiva, la conciencia personal y subjetiva de pertenencia al grupo étnico basada en la posesión de unos rasgos culturales, sociales, históricos…) y la adscripción estatal o ciudadanía. Así, es normal que se diga que en el Estado de Armenia hay un % de armenios, un % de kurdos, un % de rusos…, o que en Estonia o Tallinn, su capital, un % de población es estonio y otro % es ruso. Ello no significa, en absoluto, que la relación entre esas comunidades tenga por qué ser de enemistad, aunque a veces pueda serlo: simplemente supone asumir la variedad cultural y nacional existente.
3) el Genocidio hizo que los territorios con población mayoritariamente Armenia coincidieran, en su mayor parte, con los de la Republica Socialista Soviética de Armenia.
En consecuencia, dicho Estado es hoy apenas un 15% de la territorialidad histórica de Armenia, buena parte de la cual se antoja como irrecuperable. No obstante, los armenios parecen haber conseguido un cierto equilibrio entre la conciencia de su realidad territorial histórica y la gradualidad en el proceso de (re)construcción territorial de su Estado.
¿Y qué podemos aprender de ello para el caso vasco/nabarro, desde un punto de vista independentista? Si partimos de los tres puntos anteriores, supondría hacernos muchas preguntas:
1) ¿Es razonable pensar en un colapso de España y/o Francia? No parece muy probable en el caso de Francia, algo más en el de una España en crisis. Pero, ¿y si no es así? Y, en todo caso, ¿qué hacemos entre tanto? Es más, ¿tenemos que quedarnos esperando a que pase?
2) ¿Entenderían los armenios considerar como armenio a alguien que ni habla la lengua armenia, ni sigue la religión armenia, ni conoce la cultura armenia, ni le interesa? ¿No es, sin embargo, la realidad de muchos de los que hoy se denominan como vascos o navarros? ¿Qué significan hoy tales gentilicios -y muchos otros conceptos- y por qué? ¿Se imaginan que una encuesta dijera que el 60% de la población de tal ciudad es vasca o navarra, y el otro 40% española o francesa? Si esto aquí nos resulta extraño, ¿es ello muestra de integración, o tal vez de sustitución identitaria?

“Nafarroa Euskadi da”, famoso eslogan de la “Transición”
(Iturria: http://www.fsancho-sabio.es)
Es ésta -la territorialidad- una cuestión muy compleja y dada al análisis apasionado. Pero cabría plantearse para nuestro caso si, tal vez, debieramos priorizar, tanto o más que la concreción teórica de cuál es la territorialidad a la que creemos que debemos aspirar (aunque sin abandonar este análisis), cómo debe ser el proceso de materialización efectiva de una territorialidad propia. Ello supone asumir que la territorialidad es un concepto dinámico, cambiante, no estático. Dicho de otra manera:
– todos los pueblos y Estados necesitan alguna territorialidad, pero no necesariamente hay una única territorialidad posible: de hecho, todos han tenido diferentes territorialidades;
– la territorialidad resultante de un proceso de independencia puede ser diferente a la pretendida al comienzo del mismo, sea cual sea ésta;
– pero, por otro lado, el proceso de construcción de la territorialidad, en realidad, nunca es un proceso terminado.
La pregunta que surge es obvia: ¿cuáles son, entonces, las claves para materializar un Estado con una territorialidad propia?
Probablemente, lo primero sea interiorizar que, en realidad, a día de hoy no tenemos ninguna territorialidad propia, ningún territorio donde, de verdad, podamos decidir lo que sea sin la tutela de España o Francia. Puede parecer una obviedad, pero no creo que sea algo que hoy esté asumido, en absoluto, de forma general: en ese sentido, conceptos como autonomía, autogobierno o foralidad (en el sentido oficial a día de hoy, no en el original) han desempeñado una eficaz labor de sucedáneo: como la achicoria que se parece al café, o la sacarina al azúcar, pero no son lo mismo.
Por otro lado, casi todas las aproximaciones que se hacen a este tema suelen partir de plantear esa gradualidad como suma de territorios. ¿Es eso correcto? Nadie tiene la varita mágica, desde luego, pero personalmente no lo creo… Nuevamente el arraigado mito de los territorios juega en nuestra contra, y lo que parece un atajo puede ser, más bien, una trampa.
La clave, tal vez, nos la puede dar el escritor norteamericano de origen armenio William Saroyan, cuando dice “Adelante, destruid Armenia, a ver si podéis. Echadles al desierto sin pan ni agua. Quemad sus hogares e iglesias. A ver si ya no sonríen, ni cantan ni rezan. Pues cuando dos armenios se juntan en cualquier parte del mundo, allí se levanta una nueva Armenia”. Vamos, la misma lógica que el mucho más conocido entre nosotros “Pro libertate patria, gens libera estate”….gens, que no territorios.

Sello de la Junta de Infanzones de Obanos (s. XIII)
(Iturria: http://ujue-uxue.blogspot.com.es)
Es decir, son las personas, las gentes, con sus comportamientos libres y soberanos (más allá de votar…), los que hacen realidad o no una territorialidad propia, por encima de las rayas de los mapas, y no al revés. No sólo puede ser este punto de partida (que no de llegada) una forma de desbloquear la manida cuestión de la territorialidad, sino que además, en mi opinión, es mucho más acorde con nuestra propia cultura política. No olvidemos que son los euskaldunak los que hacen Euskal Herria y no al revés (¿Euskal Herria es un territorio o una colectividad?), o que los nauarri ya existían antes de que se conformara el Reino de Pamplona.
Piensen sobre ello…
6.5- El papel de la Memoria
Hoy en día la República de Armenia tiene 3,2 millones de habitantes, pero unos 8 millones más -muchos descendientes de armenios huídos del Imperio Otomano- constituyen una activa diáspora, que se concentra sobre todo en Rusia, Estados Unidos, Francia e Irán, y cuenta también con una importante colonia en Argentina.
Todos ellos tienen grabado a fuego en su mente y en su alma el brutal exterminio al que fue sometido su pueblo. Por cierto, fueron por lo general los hijos y nietos de quienes sufrieron aquel trauma quienes recuperaron aquel relato: lógicamente, quienes lo vivieron en primera persona intentaron olvidar para evitar el sufrimiento. Y es que eso, el olvido, es precisamente lo que tratan de provocar los genocidas o etnocidas.
Por ello, para que a nadie se le olvide, erigieron en el punto más visible de su capital, Yerevan, un Memorial que recuerda a sus victimas. Igualmente, son numerosos los monumentos conmemorativos erigidos en todo el mundo.
Como ya hemos dicho, el punto central de la capital, Yerevan, es un Museo de Historia, y otro de los museos principales de la ciudad es el Matenedaran, todo un monumento a la lengua armenia. Son numerosos los monumentos conmemorativos del Genocidio; asímismo, los testimonios de aquellos lugares, hoy bajo dominio turco -como Ani, la capital de la Armenia bagrátida-, que han sido destruídos son constantes. Aquí no tenemos ningún Museo de Historia Nacional, y los vascos, los vascones, los nabarros, los euskaldunes, o como se nos quiera llamar…. parece ser que nunca existimos en la Historia.
En definitiva, los armenios nos demuestran que la Memoria es la mejor arma contra el Etnocidio; que un árbol sin raíces morirá rápido, pero un árbol que guarda sus raíces siempre volverá a brotar.
Y es que sólo aquellos pueblos que son dueños de su pasado pueden ser dueños de su futuro.
– Iñigo Larramendi –
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