Más de un patriota navarro desearía que Navarra nunca hubiera sido una monarquía; algo, por lo demás, imposible si tenemos en cuenta el contexto histórico en el que se conforma el Estado Navarro. Hablamos acá de la proclamación de Eneko Aritza como primer monarca en tiempos del Reino de Pamplona, más tarde Reino de Navarra. Las motivaciones que llevan a algunos a denostar la monarquía parten de un condicionamiento contemporáneo que lleva a descontextualizar Navarra, olvidando, así, que la historiografía, de por sí, es terca, y que no podemos moldear la historia a nuestro gusto dependiendo de si somos republicanos o monárquicos.

Imagen del panteón de los Reyes de Navarra, en la Iglesia de Santa María la Real de Nájera, Navarra (Iturria: elpuentelejano.blogspot.com)
La monarquía, seamos o no republicanos, debería contemplarse como un bien en sí, porque forma parte del acerco historiográfico del País.
Monárquica es la historia de las dinastías que siglo a siglo han protagonizado la historia del Estado Navarro. Reyes que hablaban la lingua navarrorum y que, en buena lógica, aprovecharon su poder regio para ponerla en valor e incluso impulsarla. Por no hablar del modo en que los reyes de Navarra protagonizaron un “revival” cultural en lo que quedaba del Reino tras la conquista de la Alta Navarra a manos de Castilla al término de la Guerra de Navarra.
Monárquico es el modo en que los Reyes de Navarra impulsaron un Fuero General que es reconocido por muchos expertos politólogos como un anticipo de lo que siglos después serían considerados los precedentes de las democracias occidentales modernas. A nadie se le escapa que logros como la división de poderes o el sistema de libertades de expresión, publicación, reunión y manifestación beben directamente de la fuente del sistema político representado por la monarquía navarra.
Del mismo modo, la manera en que usos y costumbres propias de la cultura que tiene como sujeto político a Navarra fueron recogidos en citado fuero tuvo como contexto una monarquía.
El ordenamiento jurídico establecido en torno a la idea de una monarquía, así modo, provocó un monárquico modo de defensa de la estatalidad propia. A fin de cuentas, fueron los Reyes de Navarra quienes coordinaron la respuesta armada del Reino de Navarra ante la continuado acecho de los reinos circundantes ya desde el siglo XI de nuestra era.
Monárquico fue también el clima de tolerancia respecto a minorías étnicas producido bajo el auspicio de los Reyes de Navarra. Un clima de “buenas prácticas” que se anticipa muchos siglos al ecosistema de tolerancia que impera hoy en muchos países del Norte. De hecho, hasta 1598, los judíos vivieron en paz en el seno del Estado de Navarra, y el rey Juan de Albret consintió en expulsarlos sólo por presiones de Castilla contra aquel pueblo.
Del mismo modo, monárquica es la defensa que desde tiempo inmemorial se ha hecho del sujeto político navarro; que no es Euskal Herria, ni mucho menos, sino la propia ciudadanía navarra respaldada por sus reyes la que representa ese sujeto político. Y que, en todo caso, mientras hubo reyes -reyes reconocidos en el ámbito internacional como titulares de un estado soberano a todos los efectos-, Navarra se presentó ante el mundo como un país libre.
En la actualidad, la línea sucesoria se ha mantenido intacta. Cosa bien distinta es que quienes la detentan reclamen o no la titularidad que les corresponde como herederos al trono. En cualquier caso, si lo que actualmente es tan sólo una dimensión sociocultural (Euskal Herria) recupera su condición estatal (Navarra), serían los herederos quienes en buena lógica llevarían esa carga de legitimidad intacta en cuanto titulares de un derecho histórico de Navarra a volver a ser soberana, con todas sus consecuencias.
Precisamente por eso considero que el carácter monárquico que, en esencia, porta Navarra, nunca debería ser ignorado, porque forma parte inherente del País. Y que serán, en todo caso, los ciudadanos navarros los que deban decidir si en el futuro, de recuperarse la Independencia, tengan una monarquía constitucional o una república constitucional. En última instancia, el poder reside en el pueblo, pero no por ello un pueblo maduro debe avergonzarse de la monarquía que un día tuvo y es por ello que debería reconocerla como un valor en sí mismo; con mayor interés si cabe si tenemos en cuenta que dicha monarquía permaneció alejada del prototipo de monarquía autoritaria o absolutista tan extendida en Europa y que tan infausta huella dejó.
– Hermano Templario –
Creo recordar una entrevista hace ya unos años en el suplemento dominical Zazpika, en el que recogian las impresiones del que por linea de sangre seria el heredero de le monarquia Nabarra en la actualidad, y comentaba que en el futurible caso de recuperacion del estado Nabarro por supuesto que dejaria en manos de la sociedad Nabarra la decision de continuar como republica o restaurar la linea monarquica heredera de aquel reino Nabarro , como no podia ser menos.. Un saludo Andoni
Andoni, efectivamente, hablas con gran corrección. “No podía ser menos”. Se trata del principio democrático más básico que quepa defender. Ondo izan, Andoni, eta eskerrik asko.