En términos generales, la opinión pública acostumbra a manejar una idea reduccionista sobre lo que supone la noción de genocidio. Ya no sólo por el hecho de que, habitualmente, se piense meramente en genocidios recientes y se obvien – contribuyendo a su olvido – otros genocidios más lejanos en el tiempo que podrían ser considerados incluso más graves que los contemporáneos. Además, cabe pensar en aquellos genocidios concienzudamente planificados no contra la pervivencia física de una etnia, comunidad humana o sociedad, sino contra la continuidad en el tiempo de una cultura ligada a dicho grupo.
El caso del euskara, nuestra lingua navarrorum, es particularmente emblemático. El – afortunadamente – no culminado genocidio contra tan preciado tesoro lingüístico y humano ha sido y sigue siendo práctica habitual por parte de los gobiernos de España y Francia. Prueba de ello es el sobrecogedor testimonio recopilado por Joxemari Torrealdai en su aplaudida obra El libro negro del euskara, que recoge evidencias claras del modo en que la lengua vasca ha sido arrinconada con premeditación y alevosía desde hace siglos tanto en suelo francés como bajo bandera española.