Sabido es que la Historia la escriben los vencedores de los conflictos, pasando ésta así a ser objeto de adoctrinamiento en sus manos. Paralelamente, quedan, como patrimonio enraizado en la identidad de los pueblos -al margen de las versiones oficiales de lo acontecido-, el recuerdo, la vivencia y su transmisión oral.
La historiografía oficial, con todo su ropaje academicista, no suele estar a favor de la investigación de la verdad, sino de la consolidación de unas versiones históricas conducentes a mantener el status, tanto de quienes ocupan las instituciones que lo sustentan, como de quienes las financian.